15 de junio de 2017
El Papa Francisco convocó hoy a un movimiento mundial de “nuevo humanismo”, que incluya a personas de todos los credos y no creyentes, para combatir la corrupción, “una forma de blasfemia” y un “cáncer que destruye la vida”.
El Papa hizo este llamado en el prólogo que escribió para el libro “Corrosione”, una entrevista con el cardenal Peter Turkson, presidente del Dicasterio para el Servicio al Desarrollo Humano Integral, que salió a la venta este día en Italia.
“La corrupción es el arma y el lenguaje más común también de las mafias y de las organizaciones criminales en el mundo. Por eso, se trata de un proceso de muerte que da alimento a la cultura de la muerte”, dijo.
“La corrupción sustituye el bien común con un interés particular que contamina toda perspectiva general. Ella nace de un corazón corrupto y es la peor plaga social, porque genera gravísimos problemas y crímenes que involucran a todos”, insistió.
La salida al mercado del libro coincidió con la realización, también este jueves 15, de un Debate Internacional sobre la Corrupción, convocado por el Dicasterio presidido por Turkson y por la Academia Pontificia para las Ciencias Sociales.
En su escrito, el Papa aseguró que es necesario conocer la corrupción en todos sus aspectos porque de su erradicación depende la esperanza en el mundo, sin la cual se pierde el sentido de la vida.
Sostuvo que si las personas se encierran a sí mismas terminan por corromperse asumiendo la actitud triunfalista de quien se siente mejor y más astuto de los demás, pero una persona corrupta no se da cuenta que ella misma se construye su cadena.
“Un pecador puede pedir perdón, un corrupto olvida pedirlo. ¿Por qué? Porque no tiene la necesidad de ir más allá, de buscar pistas más allá de sí mismo: está cansado, lleno de sí”, subrayó.
Más adelante, Jorge Mario Bergoglio advirtió que la Iglesia está también expuesta a la corrupción en forma de “mundanidad espiritual” que, precisó, “es más desastrosa de la lepra infame”.
Insistió que esa mundanidad se manifiesta en la tibieza, la hipocresía, el triunfalismo, el hacer prevalecer sólo el espíritu del mundo y el sentido de la indiferencia.
“Con esta conciencia nosotros, hombres y mujeres de la Iglesia, podemos acompañarnos a nosotros mismos y a la humanidad sufriente, sobre todo la que está oprimida por las consecuencias criminales y la degradación generada por la corrupción”, concluyó.