24 Abril de 2020
México.- Para su primera visita autorizada a su madre octogenaria en más de seis semanas, Sabrina Deliry preparó una selección de sus canciones preferidas, incluida «La Vie en Rose» de Edith Piaf.
Más tarde, en la residencia de ancianos donde su madre sufre en la soledad de su habitación, sintiéndose prisionera y miserable, sin que el sol le bañe las mejillas, sin que el viento le agite su cabello y sin los tiernos abrazos de su hija, escucharon a la cantante juntas.
«Cuando me toma en sus brazos…», susurraba Piaf.
Las dos estaban sentadas a un metro (tres pies) de distancia, sin poder abrazarse ni tocarse durante su visita de media hora en un pequeño jardín cerrado del geriátrico. Todo parecía una broma cruel.
¿Cuándo podrá Sabrina volver a abrazar a Patricia, su madre? Nadie lo sabe. Probablemente no a corto plazo.
Antes de que se autorice la reapertura de algunos negocios y de que los patios de las escuelas se llenen de niños revoltosos, Francia empezó a permitir visitas estrictamente reguladas a las residencias para ancianos, donde una estricta cuarentena no bastó para contener una ola de contagios en esa población.
Algunos visitantes se regocijaron al ver de nuevo a sus padres.
«Sé lo importante que es para ella», dijo Christopher Cronenberger luego de ver a su madre, Germaine, de 87 años, con una amplia mesa y una cinta roja y blanca de por medio.
«Mi madre está lúcida y hablamos por teléfono todos los días. Sabía que todo estaba bien, pero el contacto visual es mejor», expresó.
Para otros, las visitas son agridulces. Son mejor que nada, pero no lo suficiente. Después de todo, unos minutos sentados del otro lado de una mesa, con tapabocas y sin poder tocarse no compensan todo el tiempo que llevan separados.
Sabrina y Patricia hablaron por teléfono minutos después de que se despidieron tirándose besos al aire y la madre regresó sola a su habitación en una silla eléctrica.
«Impedirnos ver a nuestros hijos es un delito», sostuvo. «Esperan a que nos muramos antes de mandarnos a nuestros hijos».