13 Enero de 2018.
Chisinau, Moldavia.- En Moldavia, el país más pobre de Europa, las personas con discapacidad reciben muy poca ayuda del Estado. Es particularmente crítica la situación de los ciegos, que, sin unos familiares y una ONG dispuestos a ayudarlos, no podrían sobrevivir.
«Según el gobierno, en Moldavia hay 170 mil personas discapacitadas. Pero el Ministerio de Salud nunca los dividió en categorías, por lo que no sabemos exactamente cuántas personas ciegas y con visibilidad reducida hay”, dice Stefan Oprea, vicepresidente de la Asociación de Personas con Discapacidades Visuales de Moldavia.
“Nuestros miembros son alrededor de nueve mil, pero estimamos que, en toda la nación, hay entre 20 mil y 30 mil ciegos y personas con visibilidad reducida”, añadió el dirigente de la organización que tiene su sede en un antiguo edificio en el centro de la capital del país, Chisinau.
Fundada en 1946, cuando Moldavia era una de las repúblicas de la Unión Soviética, la asociación fue un organismo estatal hasta 1991, cuando asumió el estatus de organización no gubernamental.
Agrupa a 48 pequeñas asociaciones locales, todas dedicadas a la promoción y la defensa de los derechos de las personas ciegas.
La descripción que hace Stefan, ciego de un ojo, sobre las condiciones de los usuarios de la asociación es bastante dramática.
«Nuestra Constitución dice que el Estado debe apoyar a los discapacitados en ámbitos como el trabajo, la educación y la inclusión social. Pero las cosas no son así. Os puedo poner un ejemplo: aquí para vivir dignamente necesitas al menos dos mil lei (115 dólares). Pero la pensión media para un ciego es de mil 300 lei (74 dólares). ¿Os dais cuenta?”, comenta.
Agrega que presionan al gobierno “para que invierta más recursos en nuestra causa. Trabajamos estrechamente con el Ministerio de Salud y con el de Trabajo Social. No es fácil que te escuchen, pero lo intentamos con todas nuestras fuerzas”.
La Asociación de Personas con Discapacidad Visual de Moldavia sobrevive gracias a donantes extranjeros, especialmente la Cooperación Internacional de Eslovaquia y la de Turquía.
Se trata de unas contribuciones fundamentales, pero insuficientes para cubrir sus numerosas actividades. «Teníamos un buen sitio web -añade Stefan-, pero no teníamos suficiente dinero como para pagar el dominio. Y eran solo 250 lei (15 dólares) al año».
La joya de la asociación es el Centro de Información y Rehabilitación. Ubicado en un hermoso edificio de un barrio periférico de Chisinau, el centro es el único de sus características en Moldavia.
Viorel Zaporozhan es su director: «Enseñamos todo lo que hay que saber para llevar una vida lo más autónoma posible. Tras pasar un tiempo aquí, las personas con problemas de visión renacen. Os lo aseguro”.
Un ciclo de un mes y un máximo de 14 personas a la vez. Los que vienen de lejos se alojan en un cómodo dormitorio, equipado con cantina, también administrado por la asociación.
En el centro se aprende braille, se imprimen libros y revistas en braille, se dan cursos de alfabetización informática con unos sofisticados softwares que permiten que los usuarios interactúen con la pantalla de la computadora.
También se hacen simulacros constantes con el bastón alrededor de la ciudad para que los usuarios se acostumbren a ir solos, incluso cuando hay mucho tráfico, y se proporciona asistencia médica.
«Nuestro objetivo -explica el director- es la inclusión social. No queremos que la ceguera, sea total o parcial, condicione a nuestros usuarios hasta el punto de obligarlos a quedarse encerrados en casa todo el día”.
Entre nuestros usuarios, comenta, “también ha habido gente con profesiones importantes, como abogados, presentadores de programas de radio y atletas. La ceguera es un gran problema, no podemos negarlo, pero la vida no acaba ahí».
Otro proyecto importante de la asociación es la fábrica Lumintehnica, a no más de 100 metros del centro de rehabilitación y que fue creada en 1966. En la época de la URSS daba trabajo a más de mil 200 personas ciegas. Sin embargo, hoy son menos de 50.
“Es culpa del libre mercado. Con la entrada de productos chinos, la situación no hizo más que empeorar”. Alexei Romanenco, casi completamente ciego, es el director de esta pequeña fábrica de pinzas de plástico. Todos los componentes de las pinzas se producen aquí. Antes fabricaban también lámparas y fósforos.
Admite: «No somos para nada competitivos en el mercado. Las otras fábricas utilizan maquinaria más moderna, por lo que reducen costes. Ahora activamos la línea de montaje casi exclusivamente cuando recibimos pedidos”.
Señala que “de vez en cuando, para no dejar a nuestros trabajadores en casa, donde se deprimirían, los llamamos para trabajar. Así al menos salen un poco. No sé cuánto tiempo podremos sobrevivir”.
Fuente: Notimex.