1 Agosto de 2019.
Kinshasa.- La amenaza del ébola se siente por tierra, lago y aire en Goma, residencia de dos millones de habitantes. Un helicóptero volando bajo, los barcos sin zarpar en el puerto y el cierre, esta misma mañana, por parte de Ruanda de la frontera terrestre con República Democrática del Congo (RDC), mientras los universitarios celebran con togas y gala el fin del curso y el trajín urbano sigue latiendo. Cuando hace exactamente un año que se declaró la epidemia en Mangina, en el norte de la provincia, que ha dejado ya una huella de 1.800 muertos, el segundo brote más letal de la historia entra en una nueva fase.
El segundo caso confirmado de ébola en la ciudad, anunciado el martes, fue aislado solo nueve días después de mostrar los primeros síntomas y llevó ayer a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a alertar del riesgo real de contagio del virus «más allá de las fronteras del Congo». Nueve días de posibles contagios. La mañana de este jueves ya se ha confirmado el tercer positivo, la hija de un año de la segunda infectada en Goma.
La epidemia cumple un año rodeada de desafíos y de sensación de descontrol, multiplicada ahora por el peligro de propagación en esta gran urbe. Este miércoles, la imagen de los barcos de pasajeros procedentes de la ciudad bloqueados en el puerto de Bukavu, al otro lado del lago Kivu, durante horas, sin poder desembarcar porque en uno de ellos viajaba una pasajera “de alto riesgo”, desbordó los temores, mientras en Beni y Butembo, los grandes focos de la epidemia hasta ahora, al nordeste del país, la existencia del ébola sigue generando escepticismo, sospechas y enfado. “Al mundo le da igual cuando nos masacran los grupos armados, ¿por qué se preocupan solo por el ébola?”, se pregunta una ciudadana de Beni.