25 Julio de 2021
México.- Rosemary cumplió su mayoría de edad refugiada en México. Salió de Honduras a los 16 años porque las amenazas en su contra crecieron cuando se negó a vender drogas con su primo, miembro de una pandilla.
Cuando tenía 14 años intentaron obligarla a formar parte del negocio, pero se negó y continuaron las propuestas y la respuestas siguieron siendo las mismas “no”; sin embargo, le advirtieron que si no lo aceptaba por la buena, sería a la mala y matarían a una de sus hermanas. “A mí me daba miedo por mi hermanita y mis hermanos pequeños”, confesó.
En la búsqueda de un lugar seguro, arriesgó su integridad, sus derechos y hasta la vida. Al igual que ella, ese es el precio de la tranquilidad para miles de niños, niñas y adolescentes, que dejan todo atrás por una mejor oportunidad para desarrollarse y no ser parte de grupos delictivos o no ser víctima de ellos.
“Cuando llegué a México tomé un autobús para la Ciudad de México, y ahí me agarró Migración, pasé tres meses no recuerdo donde era, lo tengo en la punta de la lengua, pero era un DIF […] Fue muy triste porque no había nada, más que paredes, no comía, por la tristeza no me daba hambre, si estoy flaquita ahora, ahí quedé más flaca”, narró Rosemary.
Cada vez son más los niños, niñas y adolescentes que inician la travesía sin acompañamiento, solo con la esperanza de llegar a Estados Unidos. Algunos cruzan más de una frontera, huyendo de las autoridades migratorias, cargando con la tristeza de alejarse de los suyos, poniendo en manos de un desconocido su sueño americano e impulsados por la pobreza, el hambre, la sequía o la falta de oportunidades. De acuerdo con datos de Naciones Unidas, entre 2000 y 2020, el número de personas hondureñas desplazadas a través de las fronteras internacionales mientras huían de conflictos, persecución, violencia o violaciones de los derechos humanos, se duplicó de 17 a 34 millones, lo que representa aproximadamente el 16 por ciento del número de migrantes internacionales que ha crecido en todo el mundo.
Ante esta situación, ciudadanos se han organizado para proteger a estos menores que cruzan el país, solos y sin ningún tipo de apoyo, así nació Aldeas Infantiles SOS, donde menores de edad mexicanos y extranjeros han encontrado una familia temporal. Rosemary llegó a esa casa de refugio hace dos años, donde recuperó un poco de identidad y además ese lugar le ha dado la oportunidad de apoyar a su familia. “Gracias a Dios que a los 16 años decidí venirme para acá, mejor, porque aquí trabajo y les mando dinero a ellos”, dijo.
Aunque la adaptación tuvo sus complicaciones como la depresión, el hecho de que Aldeas Infantiles SOS tenga un sistema de cuidado alternativo a puertas abiertas, ayudó a Rosemary a prepararse de mejor manera. Ahí consiguió abrigo y un empleo como “chalán”.
La proveyeron de lo necesario para independizarse, aunque, dice, ella busca “seguir hacia arriba”. Sin embargo, la migración para las infancias no acompañadas entraña muchos matices, hay quienes corren los riesgos en vano. Lisler, por ejemplo, es un joven de 16 años que anhelaba alcanzar a su papá en Estados Unidos, pero apenas llegó a México, lo retuvo el Instituto Nacional de Migración (INM) y, cuando lo trasladaron a Aldeas, ya se había emitido su orden de repatriación.
Con el cambio de gobierno en Estados Unidos y las reformas a la Ley de Migración y la Ley sobre Refugiados, Protección Complementaria y Asilo Político, en materia de infancia migrante, este fenómeno poblacional repuntó en el último año.