25 de septiembre de 2017
Las elecciones generales en Alemania marcan un parteaguas en la vida demócratica del país tras la Segunda Guerra Mundial, por el debilitamiento de los dos mayores partidos y la entrada al Parlamento, por primera vez desde 1949, de una agrupación populista de extrema derecha, racista y xenófobo.
Los resultados de los comicios se pueden resumir así: los dos mayores partidos, Unión Demócrata Cristiana (CDU) y Partido Socialdemócrata (SPD) registraron dramáticas pérdidas de votos, mientras que AfD (Alternativa por Alemania), de extema derecha, se mostró exultante por sus resultados.
El Partido Socialdemócrata pasará a la oposición después de gobernar el país durante tres legislaturas (12 años), y el Partido Liberal (FDP), de derecha, entrará de nuevo al Bundestag con fracción parlamentaria, después de cuatro años sin presencia legislativa por falta de votos.
Ello rompió lo que dijo el legendario líder de la Unión Social Cristiana de Bavaria (CSU), Franz Josef Strauss, en la década de 1970, de que no debería haber en el Bundestag un partido más a la derecha del suyo, con lo que se refería a que la democracia alemana no podía permitir en su espectro político un partido más a la derecha, pues sería cercano al nazismo.
AfD se convirtió este domingo en ese partido, y en el primero que entra de golpe al Parlamento en su primera participación electoral, al grado de convertirse en la tercera fuerza electoral alemana con 13.3 por ciento de los votos.
Es un partido que utiliza un lenguaje doble: por una parte sus dirigentes pronuncian consignas y frases que encajan perfectamente en la ideología nazi, pero al mismo tiempo tratan de quitarle hierro a esas declaraciones y pretenden ser razonables y confiables para el alemán promedio.
Es una forma de lanzar señales para aquellos alemanes que se han descubierto a si mismos como ultranacionalistas, contra la decisión de la reelecta canciller Angela Merkel de abrir las fronteras del país en otoño de 2015 a un millón de refugiados.
Esa decisión de Merkel marcó el punto de inflexión en el electorado alemán, que desde la formación de la República Federal de Alemania en 1949, fuera de izquierda o de derecha, se mostraba acorde con los valores democráticos y europeístas.
En sectores de la amplia clase media alemana y de los de menos recursos surgió una fuerte reacción en contra del ingreso de inmigrantes al país, contra la Unión Europea a la que sienten ajena y lejana a sus problemas diarios, y contra la asociación con países europeos que tienen un fuerte déficit presupuestario.
El Partido Socialdemócrata (SPD) culpa a Merkel de hacerse de los laureles de las políticas exitosas socialdemócratas, como declaró este domingo el presidente de ese partido, Martin Schulz, dramático perdedor de las elecciones, quien además declaró que el SPD pasará a ser oposición.
Ahora se habla de que la coalición de gobierno que formará Merkel será la Jamaica, como le dicen en Alemania por los colores de la bandera que asemeja con ese país: negro, amarillo y verde, que en Alemania representan a la Unión Democrata Cristiana (CDU), al Partido Liberal (FDP) y al Partido Verde.
La otra opción es que Merkel decida formar un gobierno de minoría sin aliarse a otros partidos, lo que crearía una situación política muy inestable, en momentos en que la constelación internacional es sumamente inquietante y conflictiva.
El tema de la formación del nuevo gobierno es ahora el que dominará la prensa alemana.
Se iniciarán en algún momentos las negociaciones entre los partidos de la próxima coalición, secas y duras, que tomarán tiempo y si se logran, habrá, con suerte, un nuevo gobierno alemán a partir de diciembre próximo.