10 de junio de 2017
Ciudad del Vaticano.- El Papa Francisco condenó la «lacra» del tráfico de personas e instó a pasar de una cultura del rechazo a una cultura del encuentro y de la acogida, en una carta enviada a la presidenta del Parlamento Latinoamericano y del Caribe, la mexicana Blanca Alcalá Ruiz.
El Vaticano dio a conocer este sábado el texto enviado por Francisco con motivo del foro del Parlatino, que tuvo lugar estos días en Panamá bajo el título: «Diálogo Parlamentario de Alto Nivel sobre Migración en América Latina y el Caribe: Realidades y Compromisos rumbo al Pacto Mundial».
Alcalá Ruiz, también vicepresidenta del Senado mexicano, había solicitado personalmente al pontífice el mensaje cuando lo saludó al final de una audiencia pública en la Plaza de San Pedro el 24 de mayo pasado.
Cuando recibió de manos de la legisladora el documento de presentación del foro, el obispo de Roma se dirigió a uno de sus colaboradores y le advirtió: «¡Esto es importante! Hay que saber cuándo y dónde»; y apuntó: «Hoy, más que nunca, se tiene que hacer buena política».
Finalmente accedió a escribir el mensaje en el cual animó a emprender acciones urgentes a favor de los menores migrantes, porque «todos los niños tienen derecho a jugar, tienen derecho a ser niños».
«A este respecto, renuevo mi llamado para detener el tráfico de personas, que es una lacra. Los seres humanos no pueden ser tratados como objetos ni como mercancía, pues cada uno lleva consigo la imagen de Dios», clamó Jorge Mario Bergoglio.
Destacó la importancia de conocer el porqué de la migración y cuáles son sus características en el Continente Americano, pero aclaró que la situación no puede ser analizada desde «la mesa de estudio», sino tomando contacto con las personas y los rostros concretos.
«Detrás de cada inmigrante se encuentra un ser humano con una historia propia, con una cultura y unos ideales. Un análisis aséptico produce medidas esterilizadas; en cambio, la relación con la persona de carne y hueso, nos ayuda a percibir las profundas cicatrices que lleva consigo, causadas por la razón o la sinrazón de su migración», añadió.
Pidió que, como miembros de una «gran familia humana», todos trabajen para poner al centro a la persona, que no es un mero número ni un ente abstracto, sino un hermano o hermana que necesita sentir ayuda y una mano amiga.
Urgió a colaborar de manera conjunta para elaborar estrategias eficientes y equitativas en la acogida de los refugiados ya que no se puede trabajar en forma aislada. «Todos nos necesitamos», insistió.
Dijo que el diálogo es una herramienta fundamental para fomentar la solidaridad con quienes huyen de situaciones dramáticas e inhumanas, para lo cual se requiere el compromiso de todas las partes dejando de lado los análisis minuciosos y el debate de ideas, porque apremia encontrar soluciones.
«El trabajo es enorme y se necesitan hombres y mujeres de buena voluntad que, con su compromiso concreto, puedan dar respuesta a este ‘grito’ que se eleva desde el corazón del inmigrante. No podemos cerrar nuestros oídos a su llamado», estableció.
«Exhorto a los gobiernos nacionales a asumir sus responsabilidades para con todos los que residen en su territorio; y renuevo el compromiso de la Iglesia Católica, a través de la presencia de las Iglesias locales y regionales, en responder a esta herida que llevan consigo tantos hermanos y hermanas nuestros», ponderó.