2 de diciembre de 2018
Contundente y, sin duda, polarizante, sustentada en toda suerte de indicadores y comparaciones con regímenes y/o periodos gubernamentales pasados, la crítica y condena que del “neoliberalismo corrupto”, responsable de la pobreza y desigualdad sociales, y del entorno de inseguridad y violencia que vivimos, hizo Andrés Manuel López Obrador en el marco de su formal asunción como jefe del Ejecutivo federal.
Lo dijo en todos los tonos e insistió consistentemente en ello, cuando de precisar “en una frase” se trató, el que aseguró será el objetivo central y prioritario de su gestión: “acabar con la corrupción y la impunidad…”.
Habló entonces de un nuevo régimen, de una nueva manera de hacer las cosas, de un nuevo enfoque social de la gestión pública y de una renovada forma de comportarse de quienes ejercen la autoridad. Refirió, incluso, que frente a conductas indebidas, él sólo responderá por su hijo Jesús, “porque es menor de edad”, y expuso que a nadie solapará: ni a amigos ni a compañeros, luchadores sociales o familiares incluso.
Se comprometió a derogar las reformas Educativa y Energética. Insistió en su política de “punto final”: avanzar en el objetivo (anticorrupción) planteado sin perseguir a nadie…, pues “no apostamos al circo ni a la simulación”. Reiteró su decisión de no permitir que el gobierno siga siendo “un simple facilitador (del sector privado) para el saqueo…”, aunque garantizó seguridad y respeto a la inversión nacional y/o extranjera: Estado de derecho, seguridad jurídica, confianza y honestidad. Garantizó su pleno respeto a la autonomía del Banco de México y, finalmente, dejó en claro que no buscará reelegirse.
Y todo, en el marco de eso que él mismo bautizó como la Cuarta Transformación, pero que, a fuerza de ser sinceros, no explicó, como había prometido que lo haría. Dijo, sí, que “en la Independencia se luchó por abolir la esclavitud y alcanzar la soberanía nacional”. En la Reforma, “por el predominio del poder civil (sobre el eclesiástico, obvió) y por la restauración de la República”, y en la Revolución, “por la justicia (social) y por la democracia”.
Luego, a manera de explicación de lo que entiende (y debemos entender todos) como la Cuarta Transformación, expuso aquello de que “ahora, nosotros queremos convertir la honestidad y la fraternidad en forma de vida y de gobierno”. Planteó que ello no era un asunto retórico o propagandístico… Y no dijo más.
Cambio de régimen entonces, sí; de rumbo y de la manera concreta de hacer las cosas, también…
Pero, ¿es sólo el combate a la corrupción y la impunidad el móvil y objetivo central de la Cuarta Transformación (política), anunciada como la vía idónea para hacer de México no sólo una potencia económica, sino, en esencia, un país donde prevalezcan la igualdad y el desarrollo compartido, un clima de pleno respeto a la libertad de todos y justicia, de respeto a los derechos humanos y al sufragio, de oportunidades y alternativas?
Incuestionable, aunque no parece suficiente ni equivalente a las tres transformaciones previas. ¿O sí?…
ASTERISCOS
* Propio del cobarde dictadorzuelo que es, la conducta del venezolano Nicolás Maduro, quien para evitar las muestras de repudio que sabía se darían en su contra en San Lázaro, evitó llegar a la ceremonia de toma de posesión del nuevo mandatario y se conformó con asistir a la comida que en Palacio —“a resguardo, pues…”— se ofreció a los invitados especiales a la misma.
* En el marco de su último Informe de Gobierno, como adelantamos aquí mismo, el poblano Antonio Tony Gali Fayad confirmó que Puebla es hoy la segunda economía más vigorosa del país, con un crecimiento anual promedio de 5.9%, contra un 1.9% nacional, y una tasa de desocupación de 2.7%, abajo del 3.4% general. Los resultados, digámoslo, ahí están…
Veámonos aquí mañana, con otro asunto De naturaleza política.
Twitter: @EnriqueArandaP