13 Abril 2022
México.- El ataúd hecho con las piezas de un armario. En un oscuro sótano, bajo un edificio que se tambaleaba por los bombardeos de la guerra, había pocas opciones más.
Vlad, de 6 años, vio como sacaban a su madre del refugio el mes pasado y la llevaban al patio de una casa cercana. El entierro a toda prisa y devastador.
Ahora, las fuerzas rusas se han retirado de Bucha tras un mes de ocupación y el padre de Vlad, Ivan Drahun, se arrodilló al pie de la tumba.
Extendió una mano y tocó la tierra próxima a los pies de su esposa Maryna. «Hola, ¿cómo estás?», dijo durante una visita la semana pasada. «Te echo mucho de menos. Te fuiste muy pronto. Ni siquiera te despediste».
El niño también visita la tumba y deja allí un bote de zumo y dos latas de frijoles cocidos. Con todo el estrés de la guerra, su madre apenas comía. La familia todavía no sabe qué enfermedad la mató. Ellos, como gran parte de su pueblo, apenas saben cómo seguir adelante.
«Se han dado cuenta de que ahora hay calma y tranquilidad», señaló Ivan. «Pero, al mismo tiempo, los niños mayores entienden que esto no es el final. La guerra no ha terminado. Y es dificil explicarles a los más pequeños que la guerra sigue».
Los niños se están adaptando, apuntó. Han visto muchas cosas. Algunos han llegado a ver como se mataba a perros.
Ahora, la guerra se ha colado en sus juegos.
En un cajón de arena fuera del jardín de infantes, Vlad y un amigo se «bombardeaban» el uno al otro con arena. «Soy Ucrania», decía uno. «No, yo soy Ucrania», dijo el otro.