30 de abril de 2018
Bunia, República Democrática del Congo.- Los campamentos para desplazados de la provincia congoleña de Ituri están saturados. La nueva ola de violencia entre las etnias Hema y Lendu convirtió la ciudad de Bunia en un enorme campamento donde, por desgracia, predominan la miseria, el hambre y las enfermedades.
El campamento Site 2 alberga a casi nueve mil personas, pero no tiene los medios adecuados para hacer frente a la grave crisis humanitaria actual.
«El Site 2 de Bunia -explica Gedeon Kini, responsable de Caritas Congo, que está a cargo de la gestión del campamento- está ubicado en unos terrenos proporcionados por la Diócesis de Bunia.
Señala que “se creó en el momento en que el Site 1, situado a las puertas del Hospital de Bunia y donde están alojadas más de 10 mil personas, ya no pudo dar refugio a los desplazados que llegaban de las poblaciones de alrededor de la ciudad de Djugu”.
“Actualmente en el Site 2 viven mil 700 familias, un total de ocho mil 721 personas, casi todas de etnia Hema», añade.
En diciembre pasado, debido a una agresión que sufrieron dos mujeres Hema por parte de dos hombres Lendu cerca de Djugu, estalló el enésimo conflicto de la torturada provincia oriental de Ituri.
En realidad, la violencia no es novedad para ninguna de las dos etnias: desde hace más de 40 años se producen enfrentamientos tribales cíclicamente que, hasta el momento, provocaron varios miles de víctimas en ambos lados.
Los resentimientos entre las dos etnias estuvieron fomentados en origen por los colonizadores belgas. En las décadas siguientes degeneraron en derramamientos de sangre, a menudo orquestados por los numerosos grupos armados irregulares que tienen el control de la región.
La mayor parte de los desplazados del Site 2 son menores de edad: hordas de niños descalzos y vestidos con trapos que invaden el laberinto de tiendas azules y blancas que forman el campo.
No van a la escuela porque no hay escuelas para ellos y, por lo tanto, el único espacio agregativo que pueden frecuentar es el centro para menores de UNICEF (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia): cuatro paredes de madera en el interior del cual los animadores los entretienen con bailes y canciones.
«Por todo Bunia -dice Clementine Pelosi, la directora del pequeño centro Unicef- hay niños desorientados, que no saben dónde están ni adónde ir. Esta guerra tribal los trastornó, y los hizo aún más vulnerables”.
“Un centenar de los niños no están acompañados, sus padres fueron asesinados durante los combates o están desaparecidos. Hacemos todo lo que podemos para mantenerlos distraídos, pero, como pueden constatar, este no es lugar adecuado para los adultos, y mucho menos para los niños», dice.
Las cifras del nuevo conflicto en la provincia de Ituri son motivo de gran preocupación. La ONU estima que los desplazados, distribuidos en campamentos oficiales e irregulares o alojados en casa de familiares, son aproximadamente 340 mil, es decir, el ocho por ciento de todo Ituri.
Bunia, la ciudad más grande de Ituri, fue elegida como el primer lugar de refugio por la gente de Djugu: en su territorio hay 60 mil desplazados, una cantidad de personas que hizo aumentar la población local en un quinto.
«Agradecemos a todos los socios nacionales e internacionales -afirma Blenfort Madirisha, de Protección Civil de la República Democrática del Congo- la gran ayuda que están dando a nuestros desplazados. Entre estos colaboradores se encuentran el Programa Mundial de Alimentos (PAM), Médicos Sin Fronteras, Samaritan’s Purse y Oxfam”.
“Sin ellos no sería posible asistir a todas estas personas. Nosotros, de Protección Civil, que dependemos del ministerio del Interior, nos comprometemos a registrar a los recién llegados y garantizar la seguridad dentro del campamento con patrullas policiales presentes las 24 horas del día», apunta.
Emmanuel Kiza, de 26 años de edad, agricultor, padre de dos niñas, es uno de los últimos que llegaron al Site 2.
«Hace unos días los Lendu atacaron nuestro pueblo -explica mientras se prepara para construir con bambú la pequeña tienda que quién sabe cuánto tiempo será el hogar de su familia- y nos quemaron la casa”.
Cuenta que “se llevaron todo lo valioso que encontraron. Tardamos más de una semana en llegar a Bunia, a pie. Llegamos hace tres días y lo primero que noté es que la comida es escasa para todos. Para volver a nuestra vida anterior necesitamos que reine la paz».
Las palabras de Samuel Dzba, representante electo de los desplazados del Site 2, se hacen eco de las de Emmanuel: «Siempre nos dan lo mismo para comer: arroz, harina y aceite. Nos dan tiendas que no nos protegen de los aguaceros y que no tienen ningún tipo de piso”.
Refiere que sus “hijos duermen en el suelo, en el barro, y eso no está bien. Sabemos que las autoridades están haciendo todo lo posible para acabar con la guerra y hacer que todo vuelva a la normalidad, pero mientras tanto aquí apenas conseguimos sobrevivir».
La Monusco, la Misión de la Organización de las Naciones Unidas para la Estabilización en la República Democrática del Congo, contribuye sustancialmente en la seguridad de la provincia.
Durante las guerras de Ituri, los “cascos azules” sufrieron no pocas pérdidas entre sus filas, cosa que convirtió a la misión de la ONU en el Congo en una de las más peligrosas del continente.
Especialmente por la noche, el contingente de Bangladesh realiza patrullas a bordo de jeeps a lo largo del perímetro del Site 2 y a pie por el interior.
Los militares se aseguran con los representantes de la comunidad que todo marcha sin contratiempos y toman fotografías para monitorear, en la medida de lo posible, el flujo de personas desplazadas.
Un «casco azul» armado con un Kalashnikov (Ak-47) observa a un centenar de personas que duermen, una pegada a la otra, dentro de un edificio en ruinas en la parte más alta del campo.
«Vengo de Bangladesh -explica- y la verdad es que las escenas de miseria no son una novedad para mí. Pero lo que pude ver en seis meses de servicio aquí en Ituri realmente me sorprendió».
Enfatiza: «En mi país de esta manera no viven ni siquiera los animales en los establos. No puedo entender cómo estas personas pueden seguir adelante y no enloquecer».